Más allá de templos y monumentos que construimos en tierra, hay otro elemento, constante a cualquier cultura preindustrial, que honraba o refería a las fuerzas creadoras: las estrellas. Desde la constelación maya de la Tortuga (protagonista de pasajes como el nacimiento del maíz o cómo el sol y la luna se salvaron de la destrucción) hasta el zodiaco o los múltiples significados de la Cruz del Sur, los astros eran los monumentos del cielo. Su pérdida detrás de la contaminación lumínica nos hace olvidar qué cosas eran importantes, pero también perjudica aspectos críticos del entorno y nuestras vidas. La contaminación lumínica acarrea problemas que deberían quitarnos el sueño en un sentido figurado (en sentido literal, de hecho lo hacen). ¿Cuáles son estas afectaciones?
En primer lugar, la contaminación lumínica implica que gran parte de la electricidad no alumbra lo que debe ser iluminado, sino el cielo. Según el Instituto de Astronomía de la UNAM, alrededor del 50% del gasto energético en iluminación acaba en zonas no deseadas o se usa potencia innecesaria. Si el 70% del dinero que gastan los municipios en electricidad se destina a alumbrado público, podemos redondear que el 35% de la factura municipal por energía se tira a la basura… bueno, en realidad al cielo. En segundo lugar, cuando la contaminación lumínica invade espacios de descanso como la recámara (un fenómeno llamado intrusión lumínica), existen afectaciones a nuestra salud. Destacan la fatiga, ansiedad, estrés y dolor de cabeza. En ciertas circunstancias puede conducir al insomnio u otros desórdenes del sueño. En tercer lugar, la contaminación lumínica puede afectar severamente a ciertos organismos y el equilibrio de los ecosistemas. La luz artificial desorienta a insectos, aves en plena migración (pudiendo provocarles fatiga y muerte) así como tortugas marinas recién nacidas (que confunden las luces con los astros y caminan hacia la ciudad, a una muerte segura, y no al mar). También afecta los ciclos del plancton, alimento básico de los ecosistemas marítimos, lo que afecta a muchísimas las especies. Los casos, en realidad, son muchos más. Por último, también se perjudica la observación astronómica como también la preservación de antiguas tradiciones y conocimientos ligados al cielo.
2 de 3 humanos vivimos bajo esta contaminación, por lo que solucionarlo sería un beneficio extendidísimo. Existen esfuerzos para recuperar los cielos oscuros (y de paso nuestro sueño, bienestar, ecosistemas, tradiciones y algunos millones de pesos). La Ley General del Equilibrio Ecológico y Protección al Ambiente en México contiene algunas disposiciones sobre contaminación lumínica. Previo a este mandato, 10% de los municipios ya habían comenzado a tomar algún tipo de previsiones. Los científicos y la UNESCO ha impulsado ley de cielos y el derecho al Cielo Oscuro. El municipio de Ensenada, Baja California, sede del observatorio astronómico de San Pedro Mártir, es un ejemplo normativo. El resto de las ciudades pueden emprender esta vía láctea de adecuaciones que, junto con los beneficios más nobles, conllevan también otro estratégico: el económico.
Lo mejor de todo -> los cielos nocturnos son el paisaje compartido por los seres humanos del planeta, por lo que los avances en el área pueden potencialmente beneficiarnos a todos.
Lo más interesante -> el alumbrado urbano viene del siglo XVII y modificó los patrones de sueño preindustriales (dos lapsos de sueño por la noche) volviéndolo de 8 horas corridas.
Incrementa tus probabilidades -> si colocas luces exteriores, o apoyas un proyecto de presupuesto participativo de iluminación, conoce la guía de Cielos Oscuros y la del Instituto de Astronomía.