Desde Latinoamérica, parece difícil comprender o recordar algún bombardeo. Las noticias de 1994 sobre México dieron cuenta del día en que el gobierno envió cazas y helicópteros a combatir guerrillos pobremente armados del EZLN. En países como Colombia, estos eventos son más frecuentes, pero sus blancos suelen ser campamentos en la selva, no ciudades. Pocas urbes contemporáneas latinoamericanas han estado bajo fuego de aviación o artillería, con excepciones como Buenos Aires y Santiago a manos de sus propios ejércitos, o San José, Costa Rica, durante una invasión en 1955. Pero lo que suena inusual aquí, resulta cotidiano en otras regiones. La guerra en Ucrania nos recuerda que los fenómenos más destructivos para ciudades en otras partes del mundo no son sismos o inundaciones, sino bombardeos.

La Segunda Guerra Mundial demostró el poder destructivo de estas armas. En Reino Unido, Coventry perdió la mitad de sus viviendas y todo su centro en una noche; Hiroshima perdió dos terceras partes de sus edificios por la bomba atómica y en Jülich, Alemania, los bombardeos destruyeron 97% de sus edificios. Los ataques a algunas capitales afectaron a millones de personas. Londres tenía 8.6 millones de habitantes en 1939; ahí, 700 mil edificios fueron destruidos y 1.7 millones dañados. Tokio era hogar de casi 13 millones de personas en 1940; perdió una cuarta parte de sus edificios. Recientemente, otras ciudades bombardeadas han sido Alepo en Siria, Saná en Yemen o Mariupol en Ucrania.
Países y ciudades del mundo construyeron infraestructura contra bombardeos hace algunas décadas. Estados Unidos impulsó en 1961 la construcción de refugios nucleares, pero, desde entonces, muchos sitios cambiaron su uso de suelo; ahora la ciudad de Nueva York trabaja para retirar letreros sobre refugios que ya no existen. Durante la Guerra Fría, Dinamarca se propuso contar con refugios para el 25% de su población; en la ciudad de Aarhus, los refugios (incapaces de soportar un ataque directo) solían construirse bajo parques o edificios públicos; un refugio cerca de Aalborg pronto será un museo sobre la Guerra Fría. Seúl cuenta con alrededdor de 3,200 refugios; incluye infraestructuras con doble propósito, como el metro y estacionamientos subterráneos, pero carecen de alimentos y otros insumos para cumplir esa función. La falta de presupuesto y de conocimiento sobre dónde se sitúan algunos refugios de Seúl vuelve poco útil esa infraestructura. En 2005 descubrieron un búnker subterráneo de 600 m2 mientras construían una estación de autobuses; ahora es una galería de arte. En Berlín, el búnker Der Kegel (una torre de 18 metros) se volvió un gimnasio de escalada. En Tirana, Albania, son museos de historia o galerías. En cambio, el asunto es crítico y vigente para ciudades como Tel-Aviv, que ofrece a sus habitantes un mapa en línea donde encontrar el refugio más cercano a su vivienda.
Mantener redes de refugios exige presupuesto y espacio que podría servir para otros fines. Si las amenazas de guerra terminaran podríamos tener un mejor mundo y las personas de esas regiones tendrían también mejores ciudades.
Lo mejor de todo -> un bombardeo destruyó el puente de Mostar en 1993. Su reconstrucción unió los dos lados del río, pero también a cinco países y dos religiones. Hoy es un símbolo de paz.
Lo más interesante -> el podcast La Segunda Guerra Mundial (E/P/T) explica cómo el desarrollo de la aviación transformó la guerra y su efecto en las ciudades. Escúchalo aquí.
Incrementa tus probabilidades -> puedes aprender más de estos fenómenos viajando. Conoce sitios de la Guerra Fría para entender cómo surgieron y cómo transformarlos en un mejor futuro.